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Resiliencia en las economías locales

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Estamos acostumbrados a ver como cada cierto tiempo emerge un concepto (nuevo, rescatado del pasado o traspasado de una a otra disciplina) que se pone de moda y casi inmediatamente se desgasta por el uso –muchas veces, mal uso– generalizado. Este podría ser el caso de “resiliencia”. Un concepto que procede de la ingeniería, saltó a la psicología y hoy en día, en tiempos de crisis, se utiliza para casi todo, incluso en materia de desarrollo local.

Resiliencia significa, según el Diccionario de la RAE, y desde la perspectiva ingenieril: capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación, es decir, su capacidad para recuperar la forma inicial tras sufrir una deformación. En cambio, desde la perspectiva psicológica se define como: capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. Una definición bastante ambigua, puesto que puede interpretarse tanto en términos de resignación como de resistencia. Y aquí entramos ya en un debate ideológico interesante[1]

En cualquier caso, quisiera aquí explicar la idea de resiliencia que considero interesante aplicar al terreno del desarrollo económico local para incorporarla como objetivo esencial de nuestras políticas. Una resiliencia que se basaría en tres pilares:

  1. Una economía local resiliente debería mantener en todo momento una mínima capacidad de satisfacer las necesidades básicas de la comunidad. Desde esta perspectiva, toma importancia la definición genérica de Economía, como ya he comentado en posts anteriores. A efectos prácticos, significa incorporar a nuestras estrategias y nuestras políticas todas aquellas prácticas económicas alternativas que contribuyen a satisfacer tales necesidades sin pasar necesariamente por el mercado[2].
  2. Además, debería hacerlo gestionando inteligentemente los recursos que tiene a su alcance. Desde esta perspectiva, debemos reincorporar la noción de Sostenibilidad que nos habla, no sólo de ser más eficientes en el consumo de recursos o más coherentes con los procesos naturales (agricultura ecológica, energías renovables, etc.), sino también reconsiderar nuestro consumo global de recursos, tal y como nos explican los postulados del decrecimiento[3].
  3. Y, por fin, dando prioridad en las estrategias y políticas a aquello que tiene más sentido atender desde lo local. Esto es, adoptando el principio de Subsidiariedad aplicado al desarrollo económico local. Un ámbito en el que sería interesante centrar esfuerzos investigadores y de debate entre toda la comunidad del DEL para acotarlo convenientemente, aunque como veremos más adelante se pueden aventurar algunas propuestas en este sentido.

Sin título

Para adoptar este enfoque de la resiliencia necesitamos replantear  las políticas de desarrollo económico local ampliando considerablemente su perspectiva.

Un “pecado original” del DEL en nuestro país consistió en disponer de instrumentos (y estructuras) antes que políticas, así como de políticas antes que estrategias. Ello respondía a una lógica reactiva, en gran medida inevitable ante la crisis por la que atravesábamos a mediados de los ochenta.

Esta circunstancia ha condicionado enormemente la visión del DEL hasta el momento y las políticas que en consecuencia se han aplicado. Hoy en día, sin embargo, los profesionales del DEL disponemos de suficientes conocimientos, experiencia y necesidad (la crisis, de nuevo) para plantear nuevos enfoques.

Un nuevo enfoque podría ser fruto de la reflexión sobre las diferentes escalas en el desarrollo económico del territorio. De la misma manera que en el planeamiento territorial existen miradas diferentes e instrumentos de planificación e intervención diferentes según la escala (desde un Plan Territorial regional hasta los Planes Parciales urbanísticos), deberíamos preguntarnos si es posible organizar un esquema similar en términos de actividad económica, haciendo hincapié en el mencionado principio de subsidiariedad.

A continuación se presenta de manera sintética una propuesta de políticas que deberían formar parte de la agenda fundamental de toda estrategia de desarrollo económico local de acuerdo con lo expuesto. Incorporar estas políticas al DEL supondría introducir otro nuevo enfoque dado que, a primera vista, no se trata precisamente de ámbitos que encontremos entre los programas habituales de las áreas y dispositivos de desarrollo económico local de nuestros municipios.

Y lo haría por partida doble, ya que muchas de ellas, además, se deberían llevar a cabo en régimen de co-producción con el tejido comunitario.

  • Política de acceso a la vivienda

Convertir el acceso (y no la mera construcción) de la vivienda en un pilar fundamental del desarrollo económico local es crucial[4]. No hace falta decir que disponer de un techo y de la seguridad de poderlo mantener es un requisito imprescindible para alcanzar un mínimo bienestar e integración en la sociedad, lo que a su vez es esencial para desarrollar cualquier proyecto laboral o empresarial. A su vez, el funcionamiento de los mercados de trabajo locales tiene mucho que ver con las opciones de vivienda existentes, en especial en el caso de los jóvenes. Además, si tenemos en cuenta que el gasto en vivienda y suministros alcanza como media un tercio del total del presupuesto de las familias, podemos imaginar el coste de oportunidad en términos de consumo en bienes y servicios que supone no disponer de viviendas más asequibles[5].

Las dificultades actuales de los gobiernos locales para llevar a cabo políticas de promoción de vivienda pública son grandes viniendo de donde venimos, y por ello es más necesario que nunca atender a las propuestas y experiencias que la ciudadanía nos ofrece: cooperativas de cesión de uso, aparcería urbana, derecho de superficie, copropiedad, cloud housing, etc.[6] Las agencias de desarrollo local deberían tener un papel activo en el apoyo a estas iniciativas, que se integran además fácilmente con otro tipo de iniciativas vinculadas a la provisión de servicios u otras relacionadas con la economía social y solidaria.

 

  • Política de soberanía alimentaria (Food Policies, en el mundo anglosajón)

En los últimos años, por cuestiones ambientales y de salud, se observa un creciente interés por todo lo relacionado con la alimentación en general y la producción de alimentos en particular, que ha llevado a un auge de diferentes prácticas de agricultura urbana y periurbana. Los productos de la agricultura y la ganadería ecológicas se sitúan desde hace tiempo al frente de los mercados de consumo verde. Una parte cada vez mayor de la ciudadanía opta por la autoproducción o por implicarse en cooperativas de consumo ecológico.

Además de los beneficios para la salud y para el medio ambiente, los efectos del consumo de productos frescos de proximidad comportan notables ventajas desde el punto de vista de la economía local, en términos principalmente de circulación de rentas dentro del territorio y menores costes de transporte o de generación y tratamiento de residuos.

Con todo, la articulación de políticas públicas específicamente orientadas a la alimentación y vinculadas a las de desarrollo económico local es todavía incipiente en nuestro país, excepción hecha de la larga tradición en el mantenimiento de una extensa red de mercados municipales que proporciona un canal de comercialización cotidiana inmejorable para los productos alimentarios locales. Desde el DEL, los principales avances se han dado hasta ahora en la promoción de productos alimentarios locales y artesanales, habitualmente integrados como un atractivo más para el mercado turístico interior, mientras que en otros países las llamadas Food Policies pretenden lograr un mayor control de la seguridad alimentaria en las ciudades adoptando una visión holística del proceso de producción, distribución y consumo de alimentos[7]. Este enfoque, de nuevo, es susceptible de ser incorporado a las políticas de las agencias de desarrollo.

 

  • Política de autosuficiencia energética

El cambio hacia un modelo energético libre de combustibles fósiles permite incidir en los tres retos ambientales clave: cambio climático, agotamiento de los recursos no renovables y huella ecológica. Los continuos avances en la tecnología asociada a las renovables han abierto la puerta a un escenario de autoproducción de energía “limpia” a escala local. Además, la inversión en tecnologías de aprovechamiento de las energías renovables debería contribuir de manera significativa a la reactivación económica y a la generación de nuevos empleos en la salida de la crisis y en una perspectiva de medio y largo plazo, en el marco de la denominada Economía Verde.

Han sido muchas las esperanzas puestas en este sector a lo largo de la última década y, los resultados han sido aceptables, al menos en una primera etapa previa a la crisis. El Pacto de Alcaldes y Alcaldesas por la energía sostenible local ha sido el marco referencial, mientras que instrumentos como los Planes Locales de Acción de Energía Sostenible han servido para dar forma a las políticas locales en este ámbito. Pero nos encontramos lejos todavía de alcanzar el potencial estimado al hilo, por ejemplo, de los requisitos de la Estrategia 2020 de la UE según la cual debería conseguirse un 20% de la cuota de energía renovable en el consumo energético final en el cierre de la presente década[8]. La debilidad inversora (asociada a la financiera), la estrecha vinculación de gran parte de este sector con la actividad constructora y más recientemente los cambios en el marco legislativo y de incentivos a la producción serían algunos de los factores explicativos de esta situación.

En cualquier caso, los entes locales deberían contemplar el abastecimiento energético como una de sus prioridades estratégicas en clave de desarrollo económico local, incluyendo evidentemente una progresiva tendencia hacia la autosuficiencia. Por el momento las ventajas son claras en pueblos o islas pequeñas[9] o en barrios, a la espera de poder llegar a la ciudad autosuficiente.

 

  • Política de relocalización financiera

Las finanzas deberían moverse fundamentalmente en el corto alcance. Es una cuestión de racionalidad y de seguridad: un territorio, como cualquier agentes económico –incluyendo las familias– debería poder funcionar esencialmente con el ahorro que él mismo genera, ya que el endeudamiento externo implica un enorme riesgo de dependencia.  Además, desde el punto de vista de la actividad económica, ¿qué sucedería si el 30% del ahorro generado en un territorio se invirtiera en actividades productivas locales en un radio, pongamos, de 100 km?

Hablar de relocalización del sector financiero en el contexto actual requiere cierta audacia, teniendo en cuenta que los vientos soplan completamente en otra dirección. La grave crisis de las cajas de ahorro se podría esgrimir como un argumento convincente para abandonar esta idea, pero hay que reconocer que dicha crisis se ha producido en la medida en la que las cajas han llevado a cabo actividades y prácticas ajenas a su espíritu fundacional. Sin embargo, la resiliencia financiera sólo es posible a partir de una red amplia y próxima de entidades financieras de diverso tipo[10].

Las banca de proximidad ha cosechado una gran aceptación entre la ciudadanía como consecuencia de la crisis. Los instrumentos ahorro personal gestionado con criterios éticos y de sostenibilidad y los de de financiación de proyectos de Economía Social y Solidaria han captado un volumen creciente de personas y de recursos y muestran una gran solidez en un contexto de desconfianza hacia la banca tradicional[11]. Algunos ayuntamientos han empezado a dar pasos también en este sentido.

El renovado interés por las monedas locales o sociales forma parte de esta tendencia y habrá que incidir en un profundo cambio de mentalidad, que pasa por una mayor cultura financiera y de consumo de la ciudadanía, para darles un encaje efectivo en el funcionamiento de las economías locales.

 

  • Política de desarrollo de la cultura maker (reaprender a fabricar y reparar cosas)

El fomento de la reutilización y el reciclaje, así como el impulso de determinados ámbitos de la economía colaborativa en tanto que fórmulas para intercambiar y compartir recursos y bienes duraderos, contribuirían a la transformación de los hábitos de consumo en un sentido que, si bien tendría probablemente efectos contraproducentes desde el punto de vista de la producción “al uso” (la que computa en el PIB) en el corto y medio plazo, conllevaría también la ampliación de las opciones de satisfacción de necesidades de una parte importante de la población, en especial la de menores recursos económicos.

Sin embargo, podemos considerar que la sociedad del conocimiento y la tecnología nos mueven a desaprender la habilidad para hacer determinadas cosas con nuestras propias manos, algo que se encuentra en la esencia de la naturaleza humana[12].

Los entes locales deberían promover activamente la recuperación de estas habilidades para el conjunto de la ciudadanía para que seamos capaces de reparar, reciclar y reutilizar aquello de lo que ya disponemos[13]. Ganar autonomía en este sentido es ganar potencial para el desarrollo económico local.

Hoy en día ello no está reñido en absoluto con la tecnología. La denominada cultura maker y el progreso en materia de impresión en 3D pueden suponer una revolución en el terreno industrial que renueve la capacidad productiva de muchos territorios, por el momento acotada a las experiencias de los Fab Labs.

Oriol Estela — Jefe de la Ofi­cina Téc­nica de Estra­te­gias para el Desa­rro­llo Eco­nó­mico de la Dipu­tación de Barcelona.

 


[1] Ver por ejemplo el artículo Resilience is futile, de Kristina Diprose.

[2] Sobre prácticas económicas alternativas, ver los resultados del trabajo de investigación de Manuel Castells Homenatge a Catalunya II o el proyecto Barris i Crisi liderado por el IGOP.

[3] Es precursor, en este sentido, el trabajo de Manfred Linz Vivir bien con menos.

[4] Ciudades como Hamburgo así lo entienden y practican. Así, en un documento reciente de la OCDE sobre liderazgo en el desarrollo económico local durante la crisis, Local Economic Leadership, se explica el éxito económico de la ciudad en gran medida debido a su política de vivienda asequible: “Approximately three quarters of more than 900,000 apartments in Hamburg are rented, and more than a quarter of the housing stock is held by housing construction cooperatives and municipal housing company SAGA GWG. This provides a critical supply of inexpensive apartments to sustain the affordability of the rental market, with more than 200,000 homes costing tenants less than €6 per square metre per month”.

[5] La remunicipalización de servicios sería otra estrategia que contribuiría en muchos casos a la reducción de esta carga sobre las economías domésticas y los presupuestos públicos. Sobre este debate, ver un estudio de la Universidad de Greenwich y en el caso específico del agua, el libro Remunicipalización: el retorno del agua a manos públicas.

[6] Algunas plataformas y entidades de referencia en este ámbito son Más Que Una Casa o Sostre Cívic.

[7] La Universidad de Harvard publicó en 2012 uno de los documentos de referencia acerca de las Food Policies. Entre las experiencias,  destaca el caso de Londres, donde la agencia de desarrollo económico cuenta con una larga trayectoria de apoyo a la producción agrícola local. Un ejemplo es el programa Capital Growth, dedicado a la transformación de espacios en desuso de la ciudad en zonas de producción comunitaria de alimentos, en el marco de la remodelación urbana asociada a la celebración de los Juegos Olímpicos de 2012.

[8] Directiva 2009/28/CE del Parlamento Europeo y del Consejo de 23 de abril de 2009 (DO L 140 de 5.6.2009).

[9] En los últimos años se suceden las noticias en este sentido, destacando los notables efectos positivos en términos de desarrollo económico local: tal es el caso de Feldheim u Oberrosphe en Alemania, así como Samsø (Dinamarca) o incluso en la canaria isla del Hierro.

[10] Locavesting ofrece un amplio abanico de ejemplos de estos instrumentos financieros locales.

[11] Los casos de referencia en nuestro país son Coop57 o Fiare.

[12] Es referencia obligatoria en los debates sobre esta cuestión el trabajo de Richard Sennett, en especial El Artesano.

[13] Algunos referentes en este ámbito son Makea, Millor que nou, reparat (web en catalán) o el programa del Área Metropolitana de Barcelona Millor que nou.

 


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