Sí, has leído bien. Emociones y desarrollo, en una misma frase, aderezadas con empatía, neuronas espejo y competencias emocionales. ¿Tienen algo que ver? ¿No será mezclar churras con merinas? ¿Comparten territorio? ¿No son sinónimo las primeras de “irracionalidad” y afectos, y la segunda, de racionalidad y ciencia?
En mi opinión, emociones y desarrollo mantienen una relación íntima, cómplice, muchas veces obviada, silenciada. Necesaria. Vayamos por partes.
1.- Las emociones todo lo tiñen, todo lo matizan. Si has visto la película “Inside out” (Del revés) sabes a qué me refiero. Lo decía alto y claro uno de sus personajes: las emociones no podemos dimitir. Ni las podemos aparcar ni enterrar. Están siempre ahí.
Consciente o inconscientemente, se activan a partir de la percepción de algún acontecimiento sea éste interno o externo, real o imaginado, pasado, presente o futuro. Acontecimiento que es inmediatamente valorado como positivo o negativo, activando emociones que nos preparan para actuar. Alegría, miedo, tristeza, asco, ira o sorpresa nos predisponen para la acción.
Emociones personales y también colectivas, transferibles por “contagio”. Más probable, intenso y duradero en “negativo” que “positivo”: nos contagiamos más fácilmente de ira, miedo o asco, que de alegría o entusiasmo. R. Bisquerra lo describe en su reciente “Política y Emoción” (Ed. Pirámide) cuando afirma que “ira y miedo han sido los principales motores de la política en la historia”.
Emocionalidad como combustible y motor. Emociones que se contagian, generadoras de climas emocionales que activan comportamientos. Sin emoción no hay transformación.
2.- Las emociones se contagian creando climas emocionales.
Nuestra capacidad de empatía facilita este proceso. Empatizar es comprender la reacción emocional del otro y conectar con esa experiencia. Con una dimensión cognitiva y emocional: la primera nos ayuda a comprender ese estado; la afectiva/emocional nos capacita para responder emocionalmente de manera adecuada. (ver Empatía como Actitud, Javier Barez)
Este radar repleto de neuronas espejo (esas células que se activan en nuestro cerebro al observar acciones, emociones y sentimientos en los demás para sentirlos como propios) nos permite tomar conciencia de los sentimientos, pensamientos, emociones y conductas de los demás. “Darme cuenta” me permite comprender y mostrar que “te he comprendido”, que “te tengo en cuenta”, que “te respeto”, para dialogar emocionalmente; para escuchar activamente.
Difícil empatizar sin antes tomar conciencia de una/o misma/o. Difícil comprenderte si yo no me comprendo. Imposible empatizar sin ser antes consciente de las emociones que siento en cada momento, sin tener claro “desde dónde actúo”.
3.- “El éxito de una intervención depende del estado interior de quien la realiza” William O’Brian – Antiguo CEO Compañia de seguros Hanover. (Otto Scharmer, Liderar desde el futuro emergente de los egosistemas a los ecosistemas economicos (2015)
Es fundamental prestar atención a nuestra propia atención para afrontar los retos, particularmente aquellos hasta ahora no afrontados, en un mundo cada vez más complejo e incierto.
O. Scharmer establece cuatro niveles de escucha en orden creciente de profundidad que determinan diferentes tipos de conversaciones: Desde la escucha en modo descarga -en la que todo lo que ocurre confirma nuestras opiniones y creencias- y la escucha “desde fuera” –donde los datos te hablan y dejas de juzgar- a la escucha empática “desde dentro” –cuando nos ponemos en los zapatos y la piel del otro y vemos el mundo con sus ojos- hasta la “escucha generativa”, en la que nos movemos más allá del campo actual y nos conectamos con las posibilidades futuras.
Llegar a una escucha generativa requiere “hacer oídos sordos” a algunas voces: la voz del juicio (¡si ya sabes las respuestas!) la voz del miedo (¡es peligroso, no hagas nada diferente!) y la voz del cinismo (¡qué idea más ridícula, nunca funcionará!)
Hace unas semanas J. Rodríguez proponía aquí la utilización de una definición de desarrollo alternativa “Desarrollo es el proceso por el cual una sociedad o territorio avanza para alcanzar mejoras en distintas dimensiones (desarrollo humano, desarrollo económico, desarrollo ambiental, desarrollo cultural, desarrollo territorial, desarrollo social…)” El capital emocional, como parte del capital psicológico, encaja en esta definición. Imposible un desarrollo “alexitímico”, sin alma. La dimensión emocional reclama su lugar.
Para responder a los retos del XXI, debemos actualizar nuestra lógica. “Este cambio, requiere que expandamos nuestro pensamiento de la cabeza hasta el corazón. Es un cambio desde un egosistema que se preocupa por el bienestar de uno mismo a un ecosistema que se preocupa por el bienestar de todos, incluido uno mismo” (O. Scharmer)
Usemos las emociones de manera emocionalmente inteligente. Seamos “pensadores/as con corazón” (“a thinker with a heart”) (Salovey y Mayer, 1990, 1997). Aprovechemos también este capital. Conozcamos desde dónde operamos. Trabajemos desde la empatía. Construyamos una escucha generativa para contribuir al bienestar de todas y todos. Aunque suene a cándido.
Javier Riaño, Fondo Formación Euskadi S.L.L.